Escribe #DanielOtero. Hoy te quiero contar la historia del color azul, en un divertido diálogo del lingüista Guy Deutscher.
“Lo entendían con la mente pero no con el alma”, le dijo a BBC Mundo el lingüista Guy Deutscher.
Se refería a la ausencia del color azul varias civilizaciones antiguas, que examinó en su investigación sobre si el lenguaje afecta la manera en la que vemos el mundo.
El mar color de “Vino” que Homero plasmó para la posteridad.
El mundo de Homero parecía psicodélico: las ovejas eran vino tinto; la miel, verde; el cielo, a menudo, bronce.
El primer intelectual que sabemos que notó algo raro fue William Ewart Gladstone (1809-1898), quien no sólo fue primer ministro británico cuatro veces, sino que también era un apasionado de la obra del poeta épico Homero.
A pesar de las maravillosas descripciones en “La Ilíada” y “La Odisea”, que incluían frases como “la aurora con sus sonrosados dedos”, en ningún momento pintaba algo de celeste, índigo o añil.
Gladstone repasó entonces todo el relato, pero fijándose especialmente en los colores mencionados.
Encontró que, mientras el blanco aparecía unas 100 veces y el negro casi 200, los otros colores no tenían un rol tan protagónico.
El rojo estaba mencionado menos de 15 veces, y el verde y amarillo, menos de 10.
Se puso entonces a leer otros textos de los antiguos griegos y confirmó que nunca aparecía el azul.
Gladstone concluyó que los griegos de la época no tenían el sentido del color desarrollado, y que vivían en un mundo en blanco y negro, con algunos destellos de rojo y brillos metálicos.
La pesquisa de Gladstone inspiró al filósofo y lingüista alemán Lazarus Geiger, quien se preguntó si el fenómeno se repetía en otras culturas.
Y sí: en el Corán, en antiguas historias chinas, en la versión antigua de la Biblia hebrea, en las sagas islandesas y hasta en las Vedas indias, sobre las que dijo…
Ulises navegaba por mares que no necesitaban ser azules.
“Estos himnos, de más de diez mil líneas, están llenos de descripciones de los cielos. Casi ningún otro tema es evocado con más frecuencia. El Sol y el enrojecimiento de la madrugada; el día y la noche; las nubes y los relámpagos; el aire y el éter, todos se despliegan ante nosotros, una y otra vez… pero hay una cosa que nadie podría aprender de estas canciones antiguas… y es que el cielo es azul”.
Pero eso no fue lo único que descubrió, sino que además había una secuencia común en todos esos lenguajes.
Primero aparecen las palabras para negro y blanco u oscuro y claro -del día y la noche-; luego llega el rojo -de la sangre-; después le corresponde el turno al amarillo y al verde, y sólo al final, el azul.
Pero, ¿por qué no tenían azul?
“¿Y por qué deberían de tenerlo?”, le contestó desafiante a BBC Mundo el psicólogo Jules Davidoff, director del Centro para Cognición, Computación y Cultura (CCCC) de la Universidad de Londres.
¿Quién dijo que el cielo es azul?
“Pues, para poder describir ciertas cosas”, le contestamos vacilantes.
“¿Para qué necesitarían el color azul para describir algo?”, replicó.
“Bueno, por ejemplo para describirle el mar a alguien que no lo conoce. O para contarle cómo estaba el cielo en algún momento…”.
“¿Quién dice que el cielo y el mar son azules? ¿Acaso son del mismo color?”, cuestiona.
Además, hizo experimentos con una tribu de Namibia cuyo lenguaje no tiene una palabra para el azul, pero sí varias para diferentes tipos de verde.
Cuando les mostró 11 cuadrados verdes y uno azul, no podían encontrar el que era distinto, pero si en vez de azul ese cuadrado era un tono tan levemente diferente de verde que nosotros difícilmente lo notaríamos, lo señalaban inmediatamente.
Y es que, si nos ponemos a pensar, pocas cosas en la naturaleza son azules: una que otra flor quizás, las alas de algunas mariposas, las plumas de ciertas aves, los zafiros, el lapislázuli.
¿Cómo describirlo sin usar la palabra azul?
Sin embargo, Homero estaba en Grecia, ese lugar que en muchas de nuestras mentes está enmarcado entre el cielo y mar… ¿cómo podían ignorar su color?
Con sus estudios, Guy Deutscher había llegado a comprenderlo intelectualmente, pero quiso entenderlo con su alma… o más bien con Alma, su hija.
“Cuando estaba investigando y descubrí cuán complejo era el tema del color azul y cuán difícil era para los occidentales entenderlo, quise hacer un experimento”.
“En ese momento mi hija estaba en la edad de aprender a hablar y, como cualquier otro padre, yo jugaba con ella y le enseñaba los diferentes colores”, recuerda Deutscher.
“Se me ocurrió una idea para ver cuán natural es todo el asunto del azul, y en particular el color del cielo, que había dejado perplejos a los que lo habían investigado: ¿cómo puede ser que los antiguos, particularmente los del Mediterráneo, no tuvieran un nombre para el color del cielo, que a nosotros nos parece la cosa más obvia?”.
Entre olivares, todo es amarillo, verde y café.
Lo que hizo fue enseñarle a Alma todos los colores, incluido el azul, pero se aseguró de que nadie le dijera de qué color era el cielo.
“Cuando estuve seguro de que sabía usar la palabra ‘azul’ para los objetos, en mis salidas con ella -los días en que el cielo estaba azul (¡estábamos en Inglaterra, no el Mediterráneo!)- empecé a preguntarle: de qué color es ese auto o ese árbol, etc. Y luego, señalaba el cielo y le preguntaba: ¿De qué color es eso?”.
Durante mucho tiempo, Alma no le respondió.
“Con todo lo demás, inmediatamente me contestaba, pero con el cielo, miraba y parecía no entender de qué le estaba hablando”, cuenta.
“Eventualmente, cuando ya estaba segura y cómoda con todos los colores, me respondió. La primera vez dijo: ‘blanco’. Fue sólo después de mucho tiempo y tras ver postales en las que aparecía el cielo azul, que lo describió de ese color”.
El cielo de Alba.
Fue así que su hija le enseñó que no es tan obvio como nos parece.
“Lo entendí con mi corazón, observándolo en una persona, no leyéndolo en libros o pensando en pueblos del pasado remoto”.
“Y Alma ni siquiera estaba en la misma situación que los antiguos: ella sabía la palabra azul y sin embargo no la usó para el cielo. Comprendí que no era una necesidad imperiosa ponerle un nombre al color del cielo. No se trata de un objeto”, precisa Deutscher.
Lo mismo ocurre con el mar: al igual que el cielo, no siempre es del mismo color y, sobre todo, no es un objeto, así que no hay motivación para “colorearlo” con una palabra.
Cuestión de necesidad
“Nada ha cambiado en nuestra visión. Por siglos hemos tenido la misma capacidad física ver distintos tonos, pero no la misma necesidad”.
“Era perfectamente normal decir que el mar era negro, pues cuando está de color azul oscuro, parece negro, y eso era suficiente en esa época; una sociedad simple funciona perfectamente bien con negro, blanco y un poco de rojo”, comenta el experto.
Eventualmente, el Mediterráneo se volvió profundamente azul.
Entonces, ¿por qué empezamos a decir que algunas cosas son ‘azules’?
“Entre más avanzan tecnológicamente las sociedades, más se desarrolla la gama de nombres de los colores”.
“Con más capacidad de manipular los colores y con la disponibilidad de nuevos pigmentos surge la necesidad de una terminología más refinada. Y el azul es el último porque además de que no se encuentra fácilmente en la naturaleza, tomó mucho hacer el pigmento”.
ULISES navegaba por mares que no eran precisamente, azules
Y, ¿qué me dice de imágenes como ésta?
Preciosos y definitivamente azules ropajes de hermosas egipcias.
Los antiguos egipcios tenían pigmento azul y una palabra para nombrarlo, “pero, por supuesto, se trataba de una sociedad sofisticada”.
“Lo que importa no es tanto la época en la que vivieron sino del nivel de avance tecnológico. Es eso lo que se correlaciona muy de cerca con el volumen de vocabulario para los colores”, subraya el lingüista.
Pero un momento: en el hebreo bíblico está la palabra “kajol”, que significa azul.
“Es cierto, pero la razón por la que es confuso es que la palabra ‘kajol’ significaba negro.
Tiene la misma raíz que la palabra ‘alcohol’, y el ‘kohol’ era un cosmético de polvos de antimonio que las mujeres utilizaban para pintarse los ojos, que era negro”.
Poco a poco fue cambiando hasta tomar el significado que tiene en el hebreo moderno: azul. Y ese no es el único caso.
“Lo mismo pasó con la palabra ‘kuanos’ en griego. Homero la usa, pero significa negro o algo oscuro. Fue después que empezó a significar azul”, nos dice Deutscher.
Daniel Otero|Concierto en el Paraninfo de la UNL homenaje Esteban Laureano Maradona
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Manual para una crítica en la época de la posverdad
1 – Su nombre no necesariamente debe figurar dentro de los personajes con un grado considerable de influencia en el medio artístico. No es un requisito que su voz esté autorizada,como tampoco lo es tener una hoja de vida hiperextensa para presentar sus ideas a una audiencia.
2 – Mantenga una posición relativamente independiente de las instituciones. Si bien es difícil hablar sobre cualquier tema sin estar inmerso en el mismo, al hacer crítica, es preferible que la posición que usted ocupa no interfiera con el libre desarrollo y publicación de sus ideas. Eso no quiere decir que al tener vínculos con instituciones se deba renunciar a la crítica, por el contrario, es una razón para que sus argumentos se desarrollen con una mayor consciencia y responsabilidad con la audiencia.
3 – Encuentre una plataforma de divulgación con la que usted esté cómodo. Desde la típica publicación impresa que puede hacer circular entre sus amigos pasando por las páginas web, blogs y foros de discusión hasta las nuevas redes como Facebook, Twitter o Instagram. Cualquiera es válida en esta actualidad hiperglobalizada donde cualquier opinión es capaz de transgredir los límites geográficos en cuestión de segundos. Tenga en cuenta que todo lo que diga puede ser usado en su contra, pero tranquilo, las polémicas en la época de la posverdad no suelen durar más de un día especialmente en Twitter. Una vez haya seleccionado su medio, escriba -o twitteé- ideas valiosas que hagan al público reflexionar así sea durante dos segundos de su vida.
4- Elija con sabiduría. Probablemente no sea la mejor idea hablar sobre esa exposición de ese artista que no soporta. Hacer crítica y hablar mal de algo o alguien no son sinónimos. En últimas, llamar la atención resaltando lo menos virtuoso de una situación resulta fácil -se llama amarillismo- pero mantener el interés de su público al exaltar las bondades de la obra a la vez que se intenta transmitir la experiencia que tuvo al estar allí, presenciándola, es lo que cualquier crítico debería proponerse: un reto. Elija con sabiduría. Plantéese retos.
5 – Evite la codicia, no se puede tener todo como tampoco se puede hablar de todo. Al asumir un rol de crítico debe entender que tiene limitaciones (humanas específicamente), por lo que, le va a ser imposible salir de una inauguración en el centro de la ciudad para ir al lanzamiento de cierta publicación en el norte a la misma hora. Siga su intuición y seleccione aquellas situaciones que le parezcan valiosas. Acepte que no todos los eventos van a ser increíbles y que muy probablemente habrá semanas -tal vez meses- en los que ninguna obra o artista moverán las fibras más internas de su ser para motivarlo a escribir de manera obsesiva sobre ello.
6 – No hable de más. En esta práctica menos es más. No necesita una introducción de tres párrafos para hablar de ese detalle ínfimo que captó su atención durante toda la visita. Ocúpese de lo más importante -de su idea principal- de entrada. No le enrede la vida al lector que ya bastante tiene con no entender el arte per se.
7 – Humildad ante todo. Un crítico es una persona pensando y escribiendo, que puede cometer errores o cambiar de opinión. Entienda que, así como usted tiene el valor de publicar sus ideas sobre una situación en específico, también debe tenerlo a la hora de haber cometido un error y pedir públicamente disculpas. No dé las cosas por hecho, permítase dudar y dé lugar a la duda en sus textos. Hacer crítica no es un absoluto, es un inicio a las múltiples lecturas que el arte permite.
8 – Escribir es saber escoger palabras. El lenguaje es un arma de doble filo. Así como puede facilitar la tarea el seleccionar las palabras adecuadas también puede ser el fin de sus días como crítico el uso de términos incomprensibles e irrespetuosos. Haga uso de un lenguaje que atraiga, que quiera ser leído y no de uno que imponga una barrera entre usted y su audiencia. No se trata llenar sus textos de ornamentos lingüísticos, pero sí de hacer amena la lectura a la vez que se presenten ideas claras, concisas y con un estilo ojalá propio.
9 – Autoedítese.
10 – Disfrúteselo. Disfrute su ida al museo que no visita hace diez años o a la galería de un colega, el performance que lo pone nervioso, la instalación que lo invita a acercarse, el juego de palabras que usa el artista, ese color sienna que siempre le ha gustado y no se explica el porqué, las tertulias que se forman alrededor del evento, los sentimientos que cada cosa le generan. Disfrútelo, experiméntelo, organícelo, escríbalo y publíquelo.