Bajaba su telón la tarde del 30 de mayo, aquel lunes. Nos mensajeamos intensamente toda la jornada. Se aproximaba la fecha de tu cumpleaños número 26 y querías estar lejos. Viajabas. Y con tu partida se esfumaban mis deseos de estar juntos en esa fecha.
Por eso, decidimos juntarnos esa tarde. En ese lugar frente a la plaza del teatro. No te quise decir nada solamente confirmando mi presencia. Cargando el termo, el café y los alfajores más los recuerdos siempre vigentes de tu presencia en mi cumpleaños y el sepelio de mi madre, decidí rendirte un homenaje el cual siempre te mereciste y nunca te pude dar.
Todo empezó horas antes, cuando comencé a bajar tu música en MP3, cargarla en la tarjeta de memoria del parlante, y a confeccionar manualmente un cartel exclusivo para vos. Quería que la plaza estuviese en ese sector, dedicada solo para vos. Así, llegué a las 16.30 hr. en silencio bajo una garúa que se insinuaba sutilmente pero no lo era. Y en ritual silencioso, comencé a armar el entramado entre dos pequeños postes de madera del cantero lateral.
Un perro vino hacerme compañía. Luego otro. Me miraban como yo tendía los hilos del cartel. No se lo explicaban. La gente miraba al pasar. Algunas, con envidia. Otras, sonreían socarronamente. Raro. Un cumpleaños ante todos en una plaza.
Preparé el parlante, la tarjeta de memoria, todo para que vos llegues. Demoraste media hora más. Y me sorprendiste. Por detrás apareciste con tu campera roja, tus jeans y tus botas. Como me sorprendiste hace dos años llegando a mi vida.
Nos abrazamos intensamente bajo el frío que ya comenzaba acentuarse grisado por las nubes. Y comenzó a sonar la música “Que los cumplas” mientras uno de los perros nervioso comenzó hacer un pocito en la tierra. Interrumpimos su letargo frío con nuestro festejo. Tomaste 3 cafés y vaciamos un termo. Yo tomé uno. Comimos los alfajorcitos de dulce de leche y chocolate.
Así, estuvimos a los abrazos y prodigándonos palabras y afectos media hora, hasta que nos corrió la lluvia. Distintas palomas dejaron su huella sobre nosotros. Pero nos reímos igual. Como nos venimos riendo hace más de dos años. Cuando tu título de Ingeniera no estaba ya tan cerca al alcance de tu mano como ahora. Que ya casi lo sos.
Luego nos fuimos al bar de la Galería donde estaba la Sala Candace (arriba) y seguimos recordando anécdotas y cosas entre nosotros. Te entregué ese DVD que solo nosotros dos conocemos su contenido y te reíste -tanto pero tanto- a carcajadas. Como nunca.
Me alegra mucho saber que te alegro la vida.
Pero me alegra mucho más saber que las miles de personas que leen este blog -mi blog- sepan que en mi vida existe una persona tan inteligente y bella como vos, que hacen de la cotidiana existencia un oasis y generan la energía con la cual un artista puede moverse con soltura y libertad por este mundo.
Nos conocimos en momentos críticos hace dos años. Y eso hace que las crisis sean algo natural. Estuviste conmigo durante toda mi larga recuperación y eso te hace depositaria de mi gratitud eterna.
Pero gracias por tolerar mis locuras, mis cartas desesperadas, mis perversiones sin las cuales no sería yo mismo y mis obras no serían lo que son.
Solo un ser excepcional como vos puede hacerlo.
Gracias por existir, Daiana Von Isseldyk.
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